martes, 23 de junio de 2009

Luxuria II


[EJEMPLOS CRISTIANOS]


[1] En tiempo del emperador Justiniano Augusto levantóse en Africa | persecución contra los católicos, por los vándalos arianos. Perseveravan /(254v)/ en la confessión de la verdadera Fe algunos obispos y otros católicos. Fueron llevados en presencia del rey, el cual, con palabras blandas y dones valiosos pretendía traerlos a su parecer y secta, y no siendo parte desta manera, amenazóles con grandes tormentos. Estavan en contrario de los católicos muchos hereges, que con argumentos sofísticos y razones aparentes procuravan convencerlos, a lo cual respondían los católicos defendiendo su verdad, de manera que los presentes y que estavan a la mira, confessavan su justicia y razón. Entendido esto por el rey, mandó callar a los católicos. Mas, considerando ellos que si callavan hablando los hereges, era dar muestra de rendirse, no le obedecían sino respondían a todo lo que dezían los hereges. Indignado por esto el rey, mandóles cortar las lenguas, y, cortadas, hablavan tan expeditamente como si las tuvieran sanas, defendiendo la religión católica y verdadera Fe. Desterrólos el pérfido pagano a Constantinopla. Escrive esto San Gregorio, en el libro tercero de sus Diálogos, capítulo treinta y dos, y dize que, estando en aquella ciudad, vido él a un obispo déstos, ya viejo, y que le oyó hablar sin lengua. Dize más, que otro de los seglares, que cometió pecado de luxuria, antes hablava sin lengua, y después perdió la habla y quedó mudo. Sin San Gregorio, escriven lo dicho Victorio, obispo uticense, en el tercero libro de la Persecución vandálica, y Procopio, referido por Evagrio. Nombran estos autores al rey de los vuándalos, y dizen que se llamava Hunerico. Procopio señala que él los vido hablar tan bien como si tuvieran lenguas, y todos afirman que algunos dellos, por hablar deshonestamente | con mugeres, perdieron la habla, no concurriendo más Dios con ellos en el milagro que hazía de que hablassen sin lenguas.

[2] San Lamberto, obispo de Trayecto, siendo señor de aquella ciudad, con título de duque, Pipino, hombre valeroso y segunda persona en el reino de Francia después del rey Hildeberto, reprehendíale porque, teniendo legítima muger, cuyo nombre era Plectrude, no hazía vida con ella, sino con otra llamada Alpaide. Resplandecían en Pipino muchas cosas de buen príncipe, y con ésta las amanzillava todas, y el que avía vencido muchos valientes guerreros en batalla, era vencido de una passión deshonesta. Era este negocio público, porque públicamente la tenía en su casa y hazía honrar como a muger propria. Y aunque algunos obispos del reino lo sabían, dissimulávanlo por verle tan poderoso y favorecido del rey Hildeberto. Mas Lamberto, aunque viejo, tocándole por ser en su ciudad y distrito, afeávale aquel pecado, dándole a entender lo mucho que Dios era ofendido. Y como insistiere en esto, llevávalo el duque Pipino muy mal. Dio cuenta dello a la Alpaide, la cual, hecha una serpiente ponçoñosa, temiendo que la dexaría, tratava de dar muerte a Lamberto. Y para esto habló con un su hermano, llamado Dodone, y significóle el daño que a los dos vendría si Lamberto acabava con el duque que se apartasse della y hiziesse vida con la muger propria; que convenía, en todo caso, que le matasse. Dodone tomó el negocio muy a su cargo, y hablando a dos amigos suyos, cuyos nombres eran Gallo y Rioldo, dioles parte desto, y los tres aguardavan ocasión para hazer su hecho. Sucedió que el duque, /(255r)/ por lisonjear a Lamberto, combidóle un día a comer, y estando a la mesa, al tiempo que quiso bever, embióle el vaso para que le gustasse, teniendo esto por bendición, y lo mismo hizieron otros cavalleros que estavan con él a la mesa. El siervo de Dios cumplía con ellos y les dava contento. Quiso hazer esto la adúltera Alpaide, que también estava a la mesa, y el santo obispo, no solamente se estrañó de probarlo, mas antes se quexó al duque de que con semejante cautela quería comunicar con él aquella muger, estando en pecado mortal y siendo aborrecida de Dios; que le pesava mucho, porque no la apartava de sí, siendo cosa cierta que por ella vendría algún grande daño, y que entendiesse que, aunque le costasse la vida, él no tendría amistad con adúlteros, pues San Pablo amonesta a todos que se aparten del trato y comunicación de los semejantes. Con esto, se levantó de la mesa y se fue, dexando al duque y a muchos otros cavalleros que estavan con él muy turbados y confusos. Mas quien de veras lo sintió fue la adúltera Alpaide, que habló con Dodone, su hermano, dándole cuenta desta nueva injuria, y que le parecía que estava el duque en términos de dexarla, por no verse tan reprehendido de Lamberto, y que esto sería para ella grande afrenta y pérdida, de que a él mismo cabía buena parte, faltándole las ayudas de costa que el duque le dava. Con esto, del todo se determinó Dodone de le matar. Avíase ido el santo varón a una villa, llamada Leodio, y sabido por Dodone, acompañado de hombres facinorosos fue allá, y llegando antes del amanecer, guiava a casa del obispo, el cual toda aquella noche avía estado en oración, ya solo, ya con sus capellanes, en Maitines. A este tiem- po | quiso recogerse un poco, y apareció sobre el aposento donde estava una Cruz de fuego, y dava tanto resplandor de sí, que con dificultad podía mirarse. En esto llegó Dodone. Los criados de la casa, no sabiendo a qué venía aquella gente, recelavan de llamar al obispo. Oyó el ruido, y imaginando lo que podía ser, levantóse y tomó una espada para defenderse. Mas presto mudó parecer, dexó la espada y púsose en oración, diziendo con David: «Librame, Señor, de mis enemigos, que se han levantado contra mí, siendo poderosos y malos». Otras razones dixo, derramando lágrimas. Y en esto entraron dos sobrinos suyos, llamados Pedro y Andolero, a pedirle licencia para defender la entrada a los enemigos, que venían a matarlos. El Santo Pontífice se la dio, y dixo que si muriessen defendiéndose, ofreciessen a Dios sus muertes, y que juntamente tuviessen dolor de sus pecados. Con esto, salieron los dos sobrinos a defender las puertas, que las quebravan los contrarios, y fueron muertos por ellos. Entraron donde San Lamberto estava, y halláronle orando, estendidos los braços en cruz. Diéronle de lançadas, y assí acabó su santa vida. Hecho este nefando sacrilegio, huyó Dondone con su gente. Algunos criados del santo mártir tomaron su cuerpo y fueron con él a Trayecto, donde, publicándose su muerte, fue grande el sentimiento de toda aquella ciudad. Pusieron el cuerpo en una iglesia de San Pedro, y llegavan diversas gentes a besarle las manos y pies, reverenciándole como a mártir. Y sucedió aquí un caso notable, y fue que, dexándose el santo cuerpo tocar de todos, si llegava alguna muger adúltera o fornicaria, sin entender de qué suerte, como si /(255v)/ fuera arrebatada de algún torvellino, era arrojada de allí, y no poca confusión causó ver algunas, tenidas por buenas, que, llegando al santo, las veían bolver atrás rodando por aquel suelo. Y entendida la ocasión, no pequeño espanto causó en todos, viendo que en vida estava tan mal con la adúltera Alpaide, y muerto, con todas las que en ser adúlteras y luxuriosas la imitavan, mostrando saña y enojo, apartándolas de sí con daño y vergüença de las semejantes. Refiére lo dicho en su Vida Surio, tomo quinto.

[3] En cierto monasterio, antiguamente, huvo un fraile moço que padecía gravíssimas tentaciones de luxuria. Procurava por todas las vías que le era possible defenderse, ocurría a la oración, macerava su carne con ayunos, cilicios, disciplinas, y no le aprovechava. Comunicólo con el abad del monasterio, hombre sabio y esperimentado, y de su parte le procuró los remedios que le paresció ser convenientes, como fue no estar ocioso, quitar ocasiones, no dar lugar a malos pensamientos. Y viendo que nada aprovechavan estas diligencias, porque cuantos más remedios procurava, con mayor ímpetu le combatían las tentaciones, aprovechóse el abad de otro remedio, y fue que mandó a un monge grave y de mucho exemplo que tomasse a cargo perseguir y fatigar aquel moço, y que en el capítulo se quexasse dél diversas vezes, y buscasse testigos que le ayudassen. El moço se descargava, mas, conociendo el convento la bondad de quien le acusava y los testigos que traía, ninguno le dava crédito, y todos le murmuravan y perseguían. Afligíase el moço por estremo, viendo que su inocencia no le valía. Sólo el abad le favorecía y desculpava, porque no desespe- rasse. | Desta manera passó un año, andando solo, melancólico, y desconfiado de todo favor humano. Y después desto, preguntóle el abad cómo le iva con las tentaciones carnales que solía tener, y respondió:
-Oh, padre, ¿y qué me preguntáis? Enfádame la vida que tengo con tantas persecuciones, ¿y avíame de acordar de semejantes tentaciones? Ya no ay para mí guerra con mi cuerpo, el espíritu es el que me aflige. Ya de esse daño libre estoy, por el que padezco con próximos.
Desta manera remedió aquel santo y docto abad a su fraile de la tentación sensual y apetito de luxuria. Escrive esto San Hierónimo, en la Epístola cuarta a Rústico.

[4] En la ciudad de Brixia murió un patricio llamado Valeriano, el cual hasta la edad decrépita avía sido hombre liviano y vicioso. Y la misma noche que fue sepultado, aparecióse el bienaventurado San Faustino Mártir, cuya era la iglesia donde estava su cuerpo, al sacristán y guarda della, y díxole:
-Ve al obispo, y dile de mi parte que eche fuera deste lugar sagrado las carnes hediondas que puso en él, y que si no lo hiziere, que morirá al trigésimo día.
No quiso el sacristán dezirlo al obispo, por temor que tuvo dél, ni siéndole hecha otra amonestación. Vino el trigésimo día, y, acostándose bueno el obispo, hallóse a la mañana que de repente era muerto. Dízelo San Gregorio en el cuarto libro de sus Diálogos, capítulo cincuenta y dos. El mismo santo escrive en el capítulo siguiente que murió en Roma un tintorero, y sepultáronle en la iglesia de San Jaunario, cerca de la Puerta de San Laurencio, y la siguiente noche oyó el sacristán dar bozes: «¡Abrásome, abrásome!». Contólo a la mañana a la muger del difunto. Ella embió otros tin- toreros /(256r)/ a que abriessen la sepultura y fuessen ciertos de lo que aquel hombre dezía. Abriéronla, y hallaron la mortaja sana, y no pareció el cuerpo. No declara más desto San Gregorio, y bien se entiende que fue hombre vicioso, por donde mereció que su cuerpo no permaneciesse en la iglesia, que a este propósito lo dize el santo, de que el lugar sagrado no escusa a que quien es en él enterrado, si murió en pecados, no los pague, pues para prueva de que la alma en la otra vida es atormentada, quiere Dios que en ésta los cuerpos lo sean.

[5] Un herrero destemplado y luxurioso que comía y bevía regaladamente, el cual por emplearse en vicios y pecados no entrava en la iglesia ni se acordava de Dios, vino a morir. Y diziéndole algunos que estavan presentes que se confessasse y hiziesse penitencia, dixo:
-Ya no ay lugar para esso, porque de la manera que San Estevan al tiempo que murió vido los Cielos abiertos, assí yo veo el Infierno abierto, y que se me apareja lugar adonde está Pilato, Caifás, Judas y los demás que mataron a Cristo.
Y, diziendo esto, espiró. Sepultáronle en lugar profano y nadie hizo por él oración. Dízelo Beda en la Historia de los ingleses, libro quinto.

[6] En el Promptuario de exemplos se haze mención de algunas personas dadas a deleites de caças que, por ser demasiados o faltar en cosas de precepto, fueron castigados de la Divina Mano. De uno dize que era limosnero y de buena vida, mas por emplearse mucho tiempo en criar aves de caça y caçar con ellas, siendo muerto, fue visto de un siervo de Dios que estava en Purgatorio, donde una como ave le roía las entrañas, y declaró que padecía esta | pena por el demasiado tiempo que se ocupó en semejante exercicio, y pidió que avisassen a sus hijos y deudos que hiziessen sacrificios y limosnas por él, y que sería libre. Dize de otro que su vida toda la gastava en caçar con perros, y lo que caçava eran bestias fieras, y que por esto dexava la Missa el día de obligación; que parió su muger un hijo con el rostro de perro y grandes orejas, lo cual fue medio para que él se enmendasse. De otro señor de vasallos dize también que, por tomar gusto con caçar con perros, aperreava sus vasallos, no dexándoles labrar ni cultivar los campos, y haziéndoles graves vexaciones, tanto que los tenía pobres y miserables. Sucedió un día que, estando caçando en una silva, salió cierta bestia fiera que siguió él con los perros sobre un corredor cavallo. Vino la noche, y no aviéndola alcançado, llevándola siempre a vista, de nuevo propuso ir en su seguimiento, y fue de suerte que nunca más se supo dél, muerto ni vivo. Algunos dixeron que, como a Datán y Abirón los tragó vivos la tierra, assí también este hombre, mereciéndolo bien sus pecados, le avía tragado vivo el Infierno.

[7] Una duquesa vivía con grande regalo, comía manjares costosíssimos y guisados con grande trabajo y diligencia, bañávase en aguas odoríferas, su cama no se puede dezir cuán regalada era, sus vestidos, ricos, costosos y vistosos. Sus salidas de casa, los recreos de huertas, de músicas, de danças y bailes, todo era en extremo. Vino a enfermar, y la enfermedad fue de suerte que estava hedionda en una cama, sin que marido ni persona de la casa pudiessen entrar en su aposento. Sola una criada a tiempos entrava en él con grandes reparos, para no morir /(256v)/ del mal olor. Y con esto acabó la vida. Quiera Dios que su alma esté en parte limpia. Dízese en el Promptuario de exemplos.

[8] Refiérense los Anales de Francia , que cuentan semejante historia del rey Carlos, Quinto deste nombre. Curávase el rey con un médico llamado Aristóteles, el cual tenía una hija hermosa, y de ella se enamoró un privado del rey. Entró un día en casa del médico, estando ausente, y con el favor de sus criados, sin que la madre pudiesse defenderla, que la vido, hizo fuerça a la donzella. La cual, con grandes llantos, dio cuenta a su padre de lo sucedido. Sintiólo él cuanto era razón, fuese al rey, estúvosele mirando, y de a un poco, dixo:
-Deme vuestra magestad el pulso, porque me parece que está indispuesto.
El rey, algo alterado, se le dio, diziendo:
-No sé cómo esso sea, que en mi vida me sentí mejor.
Visto el pulso, dixo el médico:
-Señor, una indisposición tenéis que si presto no la remediáis, perderéis la vida.
-¿Y qué es? -replicó el rey.
-Señor -respondió el médico-, la indisposición es que por vuestras aficiones particulares no se guarda justicia, y se hazen grandes insultos y agravios.
Con esto le contó el caso de su hija.
-No tengáis pena -dixo el rey-, que yo procuraré no morir de esse mal. Llamadme a vuestra muger y hija, y a los que estavan en casa cuando esso que dezís sucedió.
Vinieron todos, informóse el rey, y mandó quedar allí la madre y hija, y que le llamassen al privado. Vino él bien descuidado de tal negocio, que pensó que callara el médico por su honra, y por verle tan privado del rey. El cual le careó con la dama a quien hizo la fuerça, y preguntó si la conocía.
-Sí -dixo él-, que hija es de vuestro médico Aristóteles.
-Bien está -dixo el rey-. Pues ¿cómo fuiste | osado a la hazer fuerça? Yo te mando con pena de mi indignación, que le hagas aquí luego, por auto público, donación de toda tu hazienda.
El otro, con temor de muerte, puesto de rodillas delante del rey, le pidió merced de la vida, afirmando que amor le avía vencido.
-Antes que alcançes essa merced -dixo el rey-, quiero que hagas lo que digo.
Hízolo assí, y aprecióse su hazienda en sesenta mil ducados. Y, hecho, dixo el rey:
-Ahora quiero que te desposes con ella.
Esto hizo de peor gana que lo primero. Mandóle también que la llevasse a su casa y solemnizasse el desposorio, todo lo cual se cumplió estando juntos aquella noche los desposados, con gran contento del médico y de los de su parte. Otro día por la mañana, embió el rey por su privado, y mandóle entrar en un aposento, adonde le fue dicho que se confessasse, porque dentro de una hora avía de morir. Sintió esto el pobre gentilhombre cuanto puede pensarse, y visto que no avía remedio de otra cosa, confessóse, y cortáronle la cabeça. Lo cual hecho, embió el rey a llamar a su médico, y venido, díxole:
-Quiero que me veáis el pulso para saber si de la enfermedad que me dixistes el otro día estoy mejor.
El médico le tomó el pulso, y muy contento, riéndose, dixo:
-Muy bueno está vuestra magestad, y la enfermedad avéis vós mismo curado mejor que la cura del más sabio médico del mundo, por lo cual yo, mi muger y hija os quedamos eternamente obligados.
-A esso -dixo el rey- yo no quiero responderos, sino que entréis en aquel aposento, y veréis lo que en él está.
Entró el médico, y viendo a su hierno descabeçado, quedó como fuera de sí. De a un poco, bolvió al rey y díxole:
-¿Qué es esto, señor? ¿Por qué avéis sido tan cruel? Que más dolor he sentido desto que de la /(257r)/ deshonra de mi hija, la cual fuera Dios servido que yo no huviera engendrado.
El rey le respondió:
-Sabed, maestro, que mi enfermedad requería esta medicina. Oy ha cuatro días que vuestra hija fue mala muger, aunque por ser forçada, no perdió mucha honra. Ayer fue casada, oy es viuda. Yo le quité la infamia casándola con quien la forçó. A él le corté la cabeça porque otro con fabor mío no se atreva a cosa semejante. Vuestra hija queda, con la hazienda de su marido, rica. No le faltará marido, y por tanto, justo o no, injusto o cruel podéis llamarme.

[9] A la misma traça de lo dicho se cuenta otra cosa del emperador Maximiliano, abuelo del emperador don Carlos, Quinto deste nombre. Y fue que, en Isbruch, un su corregidor, llamado Juriste, sentenció a muerte a un cavallero por cierto crimen que avía cometido, y merecía tal pena. Tenía éste una hermana muy hermosa, la cual fue a hablar al corregidor, pidiéndole la vida de su hermano. Él, muy pagado de su hermosura, díxole que le daría al hermano si le dava su honra, y no de otra manera. Ella respondió que antes perdería muchos hermanos que la honra. Fuese a él a la cárcel, y contóle lo que passava. El hermano, que temía cada hora al verdugo si venía a degollarle, le dixo tales cosas, derramando tantas lágrimas, assegurándola que el corregidor se casaría con ella, que la forçó a bolver a él, con grande vergÜença, y díxole que le quería complazer, porque le diesse a su hermano. Él, muy contento, le dio palabra de cumplirlo. Túvola consigo una noche, y a la mañana embióla a su casa, y, por otra parte, mandó a un verdugo ir a la cárcel y que degollasse al hermano, y le llevasse el cuerpo a la hermana, lo cual todo se cumplió. Visto por ella, su hermano muerto y su honra perdida, quisiera dar gritos y hazer grandes estremos, mas, teniendo ojo a vengarse, embió a dezir al corregidor que tal cual le embiava a su hermano, le recebía. Fuese | al emperador Maximiliano, que estava en otro pueblo, cerca de aquella ciudad, y refirióle el caso. Sintiólo mucho, embió a llamar al corregidor, y careóle con la dama, que se llamava Epitia. Mandóle desposar con ella, después de averle dicho palabras de reprehensión gravíssimas. Hecho el desposorio, díxole que se confessasse, porque avía de morir. Mas la dama se derribó de rodillas delante del emperador y le dixo tantas lástimas, que le enterneció y perdonó al corregidor, mandándole que tuviesse en mucho a su muger, pues por ella tenía vida, y que si otra cosa hiziesse, él tomava a su cargo la vengança.

[10] De Alexandre de Midicis, primer duque de Florencia, también se cuenta que en el poco tiempo que le duró la vida, antes que fuesse muerto a traición, como lo fue dentro de su palacio por un deudo suyo y muy su privado, hizo cosas bien acertadas en negocio de govierno. Fue una semejante a las dichas, de que un cavallero principal de su casa, favorecido de otro, forçó a una donzella, hija de un molinero. Sabido por el duque, mandó al que faboreció el delicto que de su hazienda dotasse a la donzella, y al que la forçó, que se cassasse con ella, y hecho esto, quiso degollarlos a los dos, mas por ruegos de terceros, los perdonó.

[11] Galeacio Mantuano, moço de linaje y muchas gracias particulares, y valiente en hechos de armas, estando en Pavía un invierno y aviéndose aficionado perdidamente a una dama de aquella ciudad, sucedió que, passando un día por cierto puente, vídola que venía con todas sus conocidas y amigas. Hablóla, ofreciéndosele como solía, siempre afirmando que haría por ella grandes cosas, como es costumbre de hombres aficionados. Ella, o por provarle, o por librarse dél, díxole:
-Lo que quiero que hagáis por mí, es que os echéis con vuestro cavallo deste puente abaxo, en el río.
No lo huvo bien oído Galeacio, cuando, espoleando el cavallo, dio consigo en el río. Murió el cavallo de la caí- da, /(257v)/ y él salió del río por grande ventura, y casi muerto. Dízelo Pontano, libro primero, capítulo veinte y cinco, De heroica fortaleza.

[12] En la ciudad de Salucio vivía un rico y noble ciudadano, llamado Giacheto, casado y con hijos, hombre de edad, ocupado en exercicio de letras y estudio, y de buena estimación entre sus ciudadanos. Andava éste aficionado a una criada suya, y por una puerta secreta de su estudio salía y se veía con ella diversas vezes. Una entre otras, deteniéndose más de lo acostumbrado de salir y hazer presencia con su muger y familia, llegaron a la puerta de su estudio, y no oyéndole rebolver los libros como solía, con violencia rompieron la puerta, y saliendo por el postigo, halláronle con la criada, y ambos muertos. Tienen las mugeres casadas señalada pena de muerte por leyes de la República, si cometen adulterio, y porque no había con los maridos semejantes leyes, suele Dios, sin esperar a castigarlos en la otra vida, que será con mayor rigor, castigarlos en ésta, como se vee en este miserable Giacheto, que le dio por castigo de adulterio perder la vida y la fama y buen nombre en este mundo, y en el otro, Infierno eterno, pues, muriendo actualmente en pecado mortal, es cierto que se condenó. Dízelo Fulgoso, libro nono. Este exemplo quise poner aquí, aunque cause acedia en orejas castas, porque puede ser de algún provecho a gente desenfrenada en este vicio, que teman no les suceda lo que al desventurado Giacheto. Y porque no se piense que sólo esta vez ha sucedido en el Mundo, digo que en mi tiempo, y en Toledo, fue público aver sucedido otras dos vezes. La una fue de un moço y una moça de servicio, que los hallaron juntos y muertos una mañana en casa de cierto hombre muy siervo de Dios, que quiso su Magestad castigarlos por el agravio que hazían en casa donde se dava tan buen exemplo con la vida del señor | della. Otra vez murió un moço y quedó la muger viva, la cual, siendo pressa y atormentada, temiéndose que ella le avía muerto, no habló otra palabra en el tormento, sino que en sus braços se avía muerto, y assí, no ella, sino la Justicia Divina le mató, para que fuesse a aquél castigo y a otros escarmiento.

[13] En Toro, ciudad de España, vivía un letrado, hombre principal y rico, el cual seguía y perseguía con palabras importunas y desseos torpes a una criada suya. Ella, viéndose acossada, comunicólo con su señora, aunque no la creyó, porque el doctor era de edad de ochenta años. Y assí le dixo malas palabras, con que la hizo ir bien descontenta de su presencia. Pues como el caduco viejo perseverasse en su frenesía, un día que la moça estava cerniendo en un lugar apartado y solo, llegó a ella con ánimo dañado, haziéndole promessas, y si no consentía con su voluntad, amenazas. Vídose la pobre moça en aprieto, era honesta y avisada. Díxole:
-Dómine doctor, primero quiero ver dónde está mi señora, y si está lexos de aquí y descuidada. Fiando en que vuestra merced me dará remedio, yo haré lo que me manda. Mas, porque estando cerca no oiga que dexo el cernido, tome estos cedaços y tráigalos un poco; iré a verlo.
El frenético viejo holgó dello, tomó los cedaços y dávase mucha prissa, bolviendo cada momento la cabeça, y diziendo:
-¿Vienes, moça?
Ella fue a su ama, y díxole:
-Vuestra merced nunca me ha creído que mi señor me solicita. Venga y verá lo que passa.
Llevóla y entró con ella donde el ossario de cemiterio estava cerniendo, el cual se halló confuso. La moça fue luego casada por orden de su ama, y toda su vida dio buen exemplo de honesta y recogida. Lo dicho refiere Antón Delgadillo en un libro que anda de mano De mugeres ilustres, y dize que sacó lo más que en él escrive de otro que hizo don Alfonso de Santa María, obispo de Burgos, a instancia de la reina doña María. Los nombres del doctor y de su muger po- ne /(258r)/ allí este autor. Yo no quise nombrarlos, por ser el caso de afrenta, que si fuera honroso, de buena gana los especificara, como especifico y declaro el nombre de doña Isabel de Guzmán, condessa de Plasencia (y refiere el caso este mismo autor), la cual, sabiendo que el conde, su marido, llámese como se llamare, tratava con algunas mugeres desonestamente, ella las visitava a tiempos, y con rostro alegre las acariciava y hazía regalos, y siendo pobres les dava vestidos honrosos, y encargávales que sirviessen al conde y que no le disfamassen. Lo cual sabía luego él, y por lo mismo las dexava, lo que no hiziera si lo llevara de otra suerte. La condessa, sabido que dexava el conde de tratarlas, a algunas ponía en remedio y las casava. Después de una larga dolencia que tuvo el conde, le sirvió, estando hartos todos sus criados y enfadados dél. Y en esto perseveró hasta que murió poco antes que el conde, su marido. Algo pareció a esta señora la muger de uno de los Escipiones, que, sabiendo que tratava el marido con una muger, en tanto que él vivió lo llevó con mucha paciencia, y después de muerto, la casó, pidiéndole que guardasse, con callar, la honra de Escipión, su marido. Ambas a dos señoras sentían grandemente la falta y mal hecho de los maridos, mas llevávanlo como se ha dicho, amándolos grandemente, por evitar otros males e infamias.

[14] En la ciudad de Valencia se curava en un hospital cierta muger, enferma de bubas, y dava tan mal olor de sí, que para llegar a donde estava era necessario ponerse paños de vinagre en las narizes, la cual avía estado mucho tiempo en la casa de las mugeres públicas. Dezían los cirujanos y médicos que se moría, y no se quería confessar. Fue llamado fray Juan Romanero, del Orden de los Mínimos, y excelente predicador, para que la hablasse y acabasse con ella que se confessasse. Hablóla, y con las mejores palabras que pudo, la rogó que se con- fessasse. | Ella estuvo pertinaz en no hazerlo, porque dezía que, si sanava, se avía de tornar a aquella casa. El fraile replicó:
-¿Y si os morís?
-Si me muriere -añadió ella-, querría que me llevassen a enterrar a la misma casa.
No passó hora después que dixo esto, cuando espiró y dio la alma al diablo. Su cuerpo fue enterrado en un muladar. Esto dixo el mismo fray Juan Romero predicando en Toledo, en la iglesia de la Magdalena, un viernes de Cuaresma del año de mil y quinientos y sesenta y nueve.

[15] En la ciudad de Toledo, año de Cristo de mil y quinientos y sesenta y seis, sucedió un caso estraño (y escrívole para que se vea en lo que pone el vicio desonesto a los que se dan a él, y en lo que van a parar), y fue que en la Parroquia de Santiago vivía una viuda de poca edad y de buen parecer, la cual passava su vida pobremente con una vieja madre suya, en cuya casa se aderezava la comida a un moço llamado Rodríguez, oficial de la imprenta y que se traía, aunque muy desaliñado y como cosa prestada, en hábito de clérigo, y por tener boz de tenor abultada, era admitido en los Maitines de la Santa Iglesia, y tenía allí cierto oficio de que llevava estipendio. El cual, con la continua comunicación de la viuda, aficionósele perdidamente y solicitávala por diversas vías y modos, aunque no era admitido, porque la viuda era recogida y honesta. Y visto que no le aprovechava cosa alguna su diligencia, formó sospecha que tenía puesta en otro su afición, y quiso saber quién era, para quitarle la vida, pareciéndole que, evitado este inconveniente, avría lugar su pretensión. Entró un día donde la viuda estava, hallándose ausente su madre, y púsola un puñal a los pechos, amenazándola de muerte si no le dezía quién era su enamorado. La pobre muger afirmava que nunca avía ofendido a Dios en caso semejante, mas, visto que él instava en su intento, y teniéndose por muerta, acordándose de un vezino suyo tundidor, llamado Muñoz, /(258v)/ el cual avía seis años que era muerto, nombrósele, y con esto la dexó y diose a buscar aquel hombre. Fue la desgracia que avía llegado algo antes un cardador deste nombre, natural de Segovia, y trabajava en Toledo. Tuvo dél noticia, hízosele su amigo, y llevávale consigo a una casa pequeña de dos aposentos, que tenía a la parroquia de la Magdalena el Rodríguez, y una noche le combidó a cenar y echóle un puño de sal en el vino, con que el Muñoz quedó embriagado y sin sentido, y teniéndole desta manera, le dio en la cabeça con una grande piedra, y con un cuchillo le degolló. Hecho esto, quiso hazerle pedaços para sacarle de la casa, y cortóle los dos braços, los cuales llevó y echó en un pozo que estava a la puerta de una casa, abaxo del Colegio de los Infantes. Era ya hora de Maitines, dexó el cuerpo encerrado en su casa y fuese a la iglesia, donde, viéndole otros maitinantes salpicado de sangre, preguntándole la causa, respondió que era de un gato que la dava noches malas y le comía la carne, que ya no se la comería, ni se las daría. Venida la mañana, aquel Señor que no consiente que semejantes males queden encubiertos y sin castigo, ordenó que, yendo una moça a sacar agua del poço donde estavan los braços, se le quebró la soga, y queriendo sacar el caldero con un garavato, sacó el un braço. Diose noticia al corregidor, don Diego de Çúñiga, que lo era a la sazón en Toledo, y uno de los buenos juezes que ella ha tenido en nuestra edad. Él hizo entrar en el poço, de donde sacaron el otro braço, sin hallar otra cosa. Los dos braços vi yo en la plaça de Çocodover este día, en manos de un muñidor de la Cofradía de la Caridad, subido en una mesa, haziendo grandes exclamaciones delante mucha gente, y pidiendo limosna para enterrarlos. Andava el corregidor y justicia haziendo grandes diligencias para descubrir esta traición, y visto del Rodríguez, descubrióse al doctor Velázquez, que a la sazón tenía la canon- gía | magistral de Toledo, y después fue arçobispo de Sanctiago, y a un racionero, y al doctor Francisco Farfán, cura de la parroquial de Santiago cuando esto sucedió, y después canónigo de la magistral de Salamanca, el cual escrivió este caso como yo le voy refiriendo, en un libro que hizo y anda impresso, llamado Regimiento de Castos, en el Remedio veinte y tres . Por orden destos, la viuda fue encerrada en el monasterio de Santa María la Blanca, que es de mugeres recogidas, y a él le aconsejaron que fuesse a pedir el hábito a un monasterio de Hierónimos, que está fuera de la ciudad, donde por la boz que tenía se podía esperar que le recibirían. Mas, el prior y convento, sabido el caso, negándole el hábito, le remitieron al monasterio de Guadalupe, que es del mismo Orden, dándole cartas y vistiéndole de donado. Fue allá, dio las cartas y, entendido el caso, no fue recebido, mas aconsejáronle que se passasse a Portugal, que por ser a la sazón reino estraño, podría tener segura la vida. Hízole él assí, fue a Portugal, donde cayó en él tanta tristeza, acordándose de la viuda, que determinó bolver a Toledo. Entretanto que andava en esto el miserable homicida, después que el cuerpo del Muñoz estuvo encubierto cinco o seis días, por un rumor que andava en la vezindad del ruido que oyeron la noche en que le mató, y que avía faltado el Rodríguez de aquella casa, estando siempre cerrada, y un mal olor que salía della de cuerpo muerto, tuvo alguna sospecha el corregidor, y assí mandó decerrajar la casa, y halló el cuerpo truncado sin braços, y començada a cortar la pierna por el muslo. Vino a conocerse el malhechor y, inquiriendo sobre el caso, tuvo el corregidor noticia de la viuda y de su madre, y que estavan en las Arrecogidas, y siendo astutíssimo y sagaz, mandó llevar una tabla de pan, en limosna al monasterio, y fuesse dissimulado tras ella con todos sus alguaziles. Las religiosas /(259r)/ abrieron la puerta de su clausura para recebir el pan, estando acostumbradas a recebir del mismo corregidor y de otras personas devotas semejantes limosnas. Entróse tras el pan en la casa, y sacó de allí a la viuda y a su madre, y púsolas en la cárcel real, donde por su confession se entendió todo el caso, y la poca culpa que ellas tenían. Embió muchos oficiales y ministros de justicia, que le buscassen por todo el reino, y uno dellos llegó a una venta dentro de Castilla, a la raya de Portugal, y estando allí vido entrar al delincuente. Reconocióle y llegó a él diziendo que fuesse presso, y siendo el moço robusto y de muchas fuerças, y el otro, flaco y sin fuerças, se le rindió. Púsole esposas a las manos y trúxole a la cárcel de Toledo, donde confessó su delicto y le pagó, siendo arrastrado, ahorcado y acuarteado, y puesta la mano en el umbral de la casa donde cometió el delicto. Confessó que la viuda no tenía culpa, y suplicó al juez que no pagasse ella lo que él avía pecado, sino que se le diesse libertad. Otorgóselo, y assí salieron juntos de la cárcel, la madre y la hija libres para su casa, y él para la horca, mostrándose muy contrito y padeciendo la muerte con grande ánimo y paciencia. Obras son éstas del vicio desonesto y luxuria, y sería bien que el oírlo fuesse de provecho para escarmentar en cabeça agena y apartarse de caer en semejantes inconvenientes, con huir del vicio de pecado.

[16] En las guerras que los estados de Flandes levantaron, rebelándose muchos pueblos contra su natural y legítimo señor, el católico rey don Filipe, Segundo deste nombre, tratando de reduzir a su servicio los rebeldes la alteza del señor don Juan de Austria, su hermano, en el año de mil y quinientos y setenta y siete, supo que se juntavan algunos franceses de los herejes para venir en socorro del príncipe de Orange, Guilielmo Nassao, su cabeça, muro y defensa de los amotinados y rebeldes, y antes que car- gasse | más golpe de gente, embió a Octavio Gonzaga, general de la Cavallería, con siete compañías de gente española, a les cortar el hilo y assegurar aquellos passos. Llegaron a Berlamón, pueblo pequeño en los confines de Francia, donde hallaron alojados sesteando cuatrocientos dellos. Acometiéronlos con una tan súbita arma, que solos se salvaron que no fueron muertos o prisioneros los capitanes, y algunos otros de los principales. Uno destos capitanes, llamado el de la Puente, llegó con copia de soldados, que se le juntaron en esta retirada, a una aldea llamada Decorte, que está a vista de los estados de Flandes en Francia, y alojóse en ella a los diez y seis de deziembre deste año de mil y quinientos y setenta y siete. Y como es costumbre, tomó la más rica y bien labrada casa de un labrador, llamado Juan Miller. Tenía éste tres hijas, la una de las cuales se llamava María, y era muy hermosa donzella, de edad de diez y seis años. Désta se enamoró el capitán, viéndola que no sólo era hermosa, sino tan agradable y de buena condición, que en ninguna cosa entendía sino en servirle y regalarle. Habló el capitán con su padre, y díxole:
-Si vós, amigo, me quisiéssedes dar a vuestra hija María por muger, dígoos de verdad que no sólo ennobleceréis vuestro linaje, sino que ella será muy bien tratada de mí, y trocará el sayal desta aldea por la seda y brocado de mi tierra y ciudad.
El labrador, oyendo estas palabras, y entendiendo la malicia del capitán, respondió temblando:
-Señor capitán de la Puente, yo soy un pobre rústico villano, indigno de tanta honra como me ofrecéis, y vós, por el contrario, sois cavallero, bien nacido y de grande estado, por lo cual no os vendrá bien mi hija, antes la guardo para algún mi igual que me reconozca por suegro, y yo a él por hierno.
A estas palabras, encendido el capitán en cólera, le respondió:
-Villano ruin, negáisme lo que os pido y yo tanto amo; pues a vos os pesará dello.
Arrojóle una escudilla a la cabeça. /(259v)/ El pobre hombre se fue huyendo, dexando su hija en el aposento. La cual, queriendo irse tras él, los soldados, medio borrachos, le echaron la mano, y no sólo la forçó el capitán, sino el que más dellos quiso, y hartos de aquel abominable estrupo, la assentaron a la mesa, diziendo motes y donaires. La pobre moça, que desseava vengarse, dissimulava, hasta que llegó un caporal a hablar al capitán a la oreja, y buelta la cabeça para oírle, viendo María la oportunidad, asió de un cuchillo que junto a ella estava en la messa, y con él le dio una tan grande herida sobre el coraçón, que cayó luego tendido y muerto. Y huyendo de la tabla, llegó antes que los soldados a sus padres, y les contó el caso, rogándoles que se pusiessen en cobro. Y no eran bien idos cuando llegaron los soldados, y echando mano a la desdichada moça, | sin más processo ni alegación, la ataron a un árbol y la alcabuzearon, donde alegremente murió. Y no fue sin vengança, porque el padre, no pudiendo sufrir tan grande agravio, se quexó aquella noche a sus vezinos, que eran tres lugares comarcanos de más de mil y quinientos fuegos, los cuales, tocando a la arma, passaron a cuchillo a estos malhechores y a otros que estavan aloxados por aquel contorno. Dízelo el licenciado Pedro Cornejo, en el libro que hizo de la Civil Dissensión de Flandes. Refirióse algo desto en el Discurso de Castidad, por respeto de la donzella forçada y que vengó su fuerça; aora se ha dicho más largamente, por ocasión de la luxuria del capitán, y del pago que llevó por ella, en el Discurso presente, que trata desta materia. |

lunes, 22 de junio de 2009

Luxuria



[EJEMPLOS DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS]


[1] El castigo general que hizo Dios | en todo el Mundo, ahogándole por agua en el Diluvio, fue ocasionado por el vicio de luxuria, pues dize la Divina Escritura en el capítulo sexto del Génesis que toda carne se dañó y desconcertó. Hasta la gente dedicada a Dios, que eran los hijos de Set, contra lo que Dios les tenía mandado, se casavan con las hijas descendientes de Caín, como fuessen hermosas y les pareciessen bien. Lo mismo fue en el castigo de las ciudades de Sodoma y Gomorra, con las demás. Dellas se dize en el Génesis , capítulo diez y ocho y diez y nueve, que el clamor de los pecados cometidos por los que en ellas vivían subía hasta las orejas de Dios. Y, baxando dos ángeles como para hazer la pesquisa y averiguar si correspondían las obras con las palabras y bozes, aposentándose en casa de Lot, los miserables sodomitas intentaron entrar por fuerça en la casa, para hazerla también a los ángeles, que estavan en figura de mancebos hermosíssimos en ella. Lo cual visto por ellos, aviendo sacado a Lot y a sus hijas con la muger, que después se convirtió en estatua de sal, y teniéndolos fuera de los términos de aquellas ciudades, llovió fuego sobre ellos, dexándolos hechos ceniza.

[2] Siquem, hijo del rey Emor, por amar a Dina, hija del Patriarca Jacob, y llevarla robada a su casa, vino a perder la vida, con todos los vezinos de aquella ciudad, quedando assolada y destruida, como parece en el capítulo treinta y cuatro del Génesis.

[3] Por este vicio de luxuria fue casi destruida la Tribu de Benjamín, que /(254r)/ solamente quedaron en ella seiscientos varones, y todos los demás, con las mugeres, fueron muertos por las otras tribus. La ocasión fue que, hospedándose una noche en la ciudad de Gabaa, que era de la Tribu de Benjamín, un levita con su muger, los vezinos della llegaron de tropel a una casa, donde estavan aposentados, y, a la traça de los sodomitas que quisieron usar mal de los ángeles que estavan en trage y figura humana en casa de Lot, ofreciéndoles él sus hijas porque no cometiessen pecado nefando, assí, aquí, porque el levita fuesse libre, ofrecióles su muger, a la cual trataron de tal suerte en aquella noche, que, venida la mañana, espiró. Tomó su cuerpo el levita y hízole doze partes, distribuyéndole por toda la tierra de Israel, con la relación de lo sucedido, y fue tan grande la ira de las onze tribus contra la de Benjamín por el caso tan feo que avían hecho, que, puestos contra ellos en armas, pidiéndoles los delincuentes de Gabaa para castigarlos, y no queriendo darlos, sino que se pusieron a los defender, los mataron a todos, sino a seiscientos hombres, con que después se reparó la Tribu, casando éstos con mugeres de las otras tribus, porque de su casta y linaje ninguna avía quedado. Los muertos fueron veinte y cinco mil, como parece en el capítulo diez y nueve y veinte del Libro de los Juezes.

[4] David, enlazado en el amor de Betsabé, cometió con ella adulterio, y después fue homicida, dando la muerte al más leal vassallo que tenía, que fue Urías. Y dízese en el Segundo Li- bro | de los Reyes , capítulo onze.

[5] Amón, hijo de David, hizo fuerça a Tamar, hermana de su hermano Absalón, y por ello murió después a puñaladas. Es del Segundo de los Reyes , capítulo treze.

[6] Absalón, hijo también de David, cometió detestable luxuria con las concubinas. Assí, a mugeres de menos nombre de su padre, y muy presto, passado este hecho, murió alanceado. Refiérese en el capítulo diez y seis y diez y ocho del Segundo de los Reyes.

[7] Salomón, assí mismo hijo de David, puso su amor en diversas mugeres idólatras, las cuales le depravaron su coraçón, y vino a idolatrar. Refiérese en el Tercero de los Reyes, capítulo onze.

[8] Dos ancianos pusieron sus ojos deshonestos en la honesta Susana, por donde, viéndose della menospreciados, le procuraron la muerte. Y se vido a punto de padecerla, si no despertara Dios la lengua de Daniel, que bolvió por ella y convenció a los viejos de su falsedad, por donde Susana quedó libre, y ellos, muertos. Es del capítulo treze de Daniel.

[9] Por ocasión del adulterio de Herodes y Herodías fue degollado San Juan Baptista, siendo verdadero mártir el que era santo antes que nacido, el que fue boz de Dios y más que Profeta. Es de San Marcos, capítulo sexto.

[10] El Hijo Pródigo, por vivir luxuriosamente, vino a guardar puercos y a padecer tanta hambre, que no se hartava de lo que los puercos comían. Refiérelo San Lucas, en el capítulo 16.

Lo dicho se colige de la Sagrada Escritura.

Anónimo, Flos Sanctorum

jueves, 4 de junio de 2009

The taste of the individual savage




When Sefu returned to Kasongo, a day or two afterwards, he gave orders that the pieces of Debruyne's body should be collected and buried with Lippens, whose body, with the exception of the hands (which had been sent to Sefu and Mohara of Nyangwe as tokens), was otherwise unmutilated. The strong innate respect for a chief had protected Lippens' body, while that of his subordinate had been hacked to pieces. A curious fatality followed these twelve murderers. The chief of the band, Kabwarri by name, was killed by us in the battle of the 26 th of February with Lippens* Martini express in his hand. Of the others — all of whom were the sons of chiefs, and some of them important men on their own account — four died of smallpox, one was killed at Nyangwe, one in the storming of Kasongo, and the remaining six we took prisoners at Kasongo. During the trial they one day, though in a chained gang, succeeded in overpowering the sentry, and thus escaped.

One was drowned in crossing a river ; three more were killed, either fighting or by accident, within a month or two of their escape ; and the two remaining we retook and hanged ; — which brings to me a curious point. Of the many men I have seen hanged nearly all died by strangulation, and not by having the neck broken. As compared with shooting, hanging seems to me the less painful death ; the wretched being becomes insensible in a very few seconds, whereas a man shot will often require a coup de grace, no matter how carefully the firing party is placed.

During this time I made several excursions through the country in search of game, and also as
a means of getting to know the district What struck me most in these expeditions was the
number of partially cut-up bodies I found in every direction for miles around. Some of them
were minus the hands and feet, and some with steaks cut from the thighs or elsewhere ; others
had the entrails or the head removed, according to the taste of the individual savage, though, as I
afterwards discovered, this taste is more tribal than individual. Neither old nor young, women
or children, are exempt from the possibility of serving as food for their conquerors or neighbours..."


S. L. Hinde

Imperial romances for the young


Just after daybreak there was a dull, deep report, and a cloud of gray smoke rose over the city. Nana Sahib had ordered the great magazine to be blown up, and had fled for his life to Bithoor. Well might he be hopeless.
He had himself commanded at the battle of the preceding day, and had seen eleven thousand of his countrymen, strongly posted, defeated by a thousand Englishmen. What chance, then, could there be of final success? As for himself, his life was a thousandfold forfeit; and even yet his enemies did not know the measure of his atrocities. It was only when the head of the British column arrived at the Subada Khotee that the awful truth became known. The troops halted, surprised that no welcome greeted them. They entered the courtyard; all was hushed and quiet, but fragments of dresses, children's shoes, and other remembrances of British occupation, lay
scattered about. Awed and silent, the leading officers entered the house, and, after a glance found, recoiled with faces white with horror. The floor was deep in blood; the walls were sprinkled thickly with it.

Fragments of clothes, tresses of long hair, children's shoes with the feet still in them--a thousand terrible and touching mementos of the butchery which had taken place there met the eye. Horror-struck and sickened, the officers returned into the courtyard, to find that another discovery had been made, namely, that the great well near the house was choked to the brim with the bodies of women and children. Not one had escaped.

On the afternoon of the 15th, when the defeat at Futtehpore was known, the Nana had given orders for a general massacre of his helpless prisoners. There, in this ghastly well, were the remains, not only of those who had so far survived the siege and first massacre of Cawnpore, but of some seventy or eighty women and children, fugitives from Futteyghur. These had, with their husbands, fathers and friends, a hundred and thirty in all, reached Cawnpore in boats on the 12th of July. Here the boats had been fired upon and forced to put to shore, when the men were, by the Nairn's orders, all butchered, and the women and children sent to share the fate of the prisoners of Cawnpore.

Little wonder is it that the soldiers, who had struggled against heat and fatigue and a host of foes to reach Cawnpore, broke clown and cried like children at that terrible sight; that soldiers picked up the bloody relics--a handkerchief, a lock of hair, a child's sock sprinkled with blood--and kept them to steel their hearts to all thoughts of mercy; and that, after this, they went into battle crying to each other: "Remember the ladies!" "Remember the babies!" "Think of Cawnpore!"
Henceforth, to the end of the war, no quarter was ever shown to a Sepoy.


G. A. Henty

Dedications




In his interesting volume, The Dedication of Books, London, 1887, Mr. Henry B. Wheatley traces three stages in the history of the dedication. In its first stage, the dedication is seen as the spontaneous expression of an author's love and respect for his friend or patron. "Under these regards," runs the quaint language of the Tatier, "it was a memorable honor to both parties and a very agreeable record of their commerce with each other." In the second stage, we travel through the years when all sense of shame was absent from the mind of the author, who sold his praises to the highest bidder on the simple principle, — ^the more praise, the more pay. Even the greatest authors did this. Prices varied from twenty shillings to twenty pounds, but Bayle refused two hundred guineas from the Duke of Shrewsbury for a dedication of his dictionary. He said, "I have so often ridiculed dedications that I must not risk any." Prom the Revolution to the time of George Pirst, the current price for the dedication of a play varied from five to ten guineas but was often less when the author happened to be in immediate need.

Nathaniel Pield said that the dedication fee was forty shillings and he dedicated his comedy, A Woman is a Weathercocke, to any woman "that hath been no weather-cocke"; he comments, "I did determine not to have dedicated my play to anybody, because forty shillings I care not for, and above few or none will bestow on these matters, especially falling from so fameless a pen as mine is yet." (1612.)

In the case of not a few works of Erasmus as with many other books of the time, it seems evident that in exchange for the dedication, the "patron" of literature had provided the funds requisite or the printing of the book, or sometimes even for the support of the author while it was being
written.

Heame tells us in his Diary that Lawrence Eachard received £300 from George I for the dedication df his History of England, and Dr. Hickes a hundred guineas from Prince George (afterwards George II) for the dedication of his Thesaurus. On the other hand we read that Aristotle's book on Animals, dedicated to Pope Sixtus IV by Theodore Beza, brought to Beza only the cost of the binding.

In the third stage we revert to customs resembling the first, for at the present day the dedication is chiefly used by an author who wishes to associate his work with some friend or person greatly loved, or admired, a favorite reader with whom he may be supposed to be in special simpathy . Of this class of dedications a charming authoress writes to a friend: ''A good book is not merely a book but a gathering together of the highest of the thoughts which, bom in our minds, escape with unfledged wings into the great open world. Many of these go free forever but there are those among them which leave behind shadow and substance of hemselves and become books; ideas and aspirations in concrete embodiment for the permanent satisfaction of htunanity. The human parent of a worthy book knows well its heavenly origin and rejoices in the rights and privileges of half-parentage. Realising that the work is not all his own but that it has come into being through spiritual influences mediated by his fellow-men, it is his impulse to dedicate his book to the one in whom he sees its ideals embodied, or to those upon whose sympathy and insight he relies to receive its message, or to whose action he looks to accomplish its purposes."

M. E. Brown